domingo, 21 de agosto de 2011

Latinoamérica en siete minutos

                                        

         Hoy por la mañana Leticia ha ido a la feria, ha comprado escarola, para comerla cocida con carne molida, rúcula para ensalada, lechuga lisa – porque está mejor para aguantar la semana – dice el verdulero – tomates y plátanos para la energía – pide su hijo.
         El puestecito de las empanadas fritas está en plena acción, lleno de gente a la espera del desayuno, justo al lado se encuentra el hombre de los condimentos. Los aromas tropicales la envuelven y la transportan casi flotando por este recorrido que huele a paraíso.
        Cuando llegó a casa, se dió cuenta que había comprado mucha verdura y  nadie se la come porque hace mucho frío…!Qué humedad!... a las seis de la mañana no se veía la esquina. La proximidad de la represa Billing provoca este efecto en el barrio Assunção y los ocho grados de temperatura parecen menos en el rostro al sentir el viento de la madrugada.
        Desde la cocina oye unos acordes medievales en la guitarra, algo lindo y especial que combina en su levedad con los ánimos tranquilos del invierno, se acerca a la sala y pregunta cómo se llama esa melodía tan linda, medio concentrado su hijo, el concho de la familia, le responde...trabajo...música para un documental.
         A la hora de almuerzo, piensa -  vamos a tomar una sopa, mezcla de todas las verduras que compré en la feria, copia fiel de la primera sopa inventada por Adán y Eva.
          En estos lados del planeta se puede esperar cualquier reacción de la madre naturaleza, hace una semana atrás hacía un calor de treinta y cuatro grados, especial para pasar el feriado en Minas Gerais.
        Se fue el miércoles por la noche y amaneció en la ciudad de Oliveira el jueves feriado.
        El pan de queso, las rosquitas, la “broa” y el café con leche, recién ordeñada de la vaca, son unas de las especialidades con que la familia Rezende recibe.
        Siempre los integrantes de la familia aparecen a la hora del desayuno, como por encanto, de los diferentes puntos de la ciudad  y todos reunidos discuten, al mismo tiempo, hasta los pormenores de la inmortalidad del cangrejo, al compás del aroma de los frijoles con arroz, el quiabo y el angu y la carne de cerdo que se dora donde la leña crepita en el fogón encendido eternamente.
                A las diez y media se retira, va a la radio Lider, FM, una de las tres estaciones de radio de la ciudad, de no más de treinta y seis mil habitantes, se presentará un momento cultural hablando de la problemática Latinoamericana, fue invitada para una entrevista.
       La familia Rezende instala la radio en la cocina y se aglomera entre las cocineras para escucharla. Cada uno tiene una expectativa personal,  doña Santinha la bendice y manifiesta su orgullo por considerarla una de sus hijas, los demás  le piden que no hable enredado para que todos entiendan, explican – no inventes palabras difíciles Leti que diccionario es cosa rara por estos lados.
       El preámbulo todo es envuelto por una ansiedad exagerada y todos deciden que deben avisar a parientes y amigos para que la escuchen, un teléfono es poco para tantos  que deben ser avisados.
       Llega a la radio donde le  pasan cinco preguntas para ser respondidas en siete minutos, máximo, le informa el auxiliar del programa.
      ¡Siete minutos para hablar de América latina!. La dejan en una salita, sola, divagando por Perú, Chile, Argentina, Venezuela, Brasil, entra el director del programa y le dice que vea un modo de hacer sentir a la gente de Oliveira integrada al continente.
      Mientras intenta aterrizar las ideas, surge otro inconveniente, y de los siete minutos, solamente, restan dos – es imposible analizar América Latina en dos minutos – decreta el director -  !asunto encerrado!, se posterga para el lunes a las once y cincuenta en punto, de la mañana.
         Vuelve a casa, de cierta forma aliviada y encuentra a la familia Rezende  decepcionada porque no apareció en la radio como ellos querían y habían divulgado. Cada uno vuelve a sus quehaceres diarios y a la espera de la hora del almuerzo.
         Ya es sábado y está invitada a una fiesta de cumpleaños, debe llegar a la hora de almuerzo a la hacienda “Olhos D´agua” y tiene que buscar un medio de locomoción hasta allá, alrededor de veinte kilómetros.
         Una de sus amigas le dice – yo te llevo pero no sé dónde es, tendremos que adivinar el camino y empujar el auto si hay barro. Salen a la aventura entre álamos, aroeiras, palmeras, plataneras, sauces, pies de café y muchas curvas en un camino de tierra, barro y piedras donde tienen por referencia, solamente, árboles y escondrijos donde las vacas se reunen en la búsqueda de una sombra.
         El guía más certero es el marcador de kilómetros, al llegar a los dieciocho se avista la casa central de la hacienda.   La decoración con choclos secos amarrados a espigas de trigo, para espantar las malas vibras, daba el toque invernal. En el patio las instalaciones para el asado, los artistas y mesitas blancas, están marcadas por hileras de alabastros que naturalmente crean caminos entre el escenario y la vegetación intensa de este rincón de la tierra. El “vatapá nordestino” de Doña Chiquinha parecía menos picante que de costumbre pero se acomodó, como una pincelada, acompañando a la música sertaneja que rompió el aire, los pájaros se quedaron callados y el “samba-canção” inundó los sentimientos.
        Volvió a São Paulo el domingo, el ómnibus viajaba entre las plantaciones de café mientras se alejaba de esas tradiciones.
        La niebla matinal cerrada del amanecer paulista, al sur del estado,  anunció la llegada a la urbanidad fría e indiferente de la ciudad que comienza temprano a trabajar. Imagina a cada conductor que divisa desde el vidrio empañado del ómnibus - ¿En que irán pensando? - compromisos atrasados, agenda de la semana, metas que estipular, los acontecimientos deben funcionar como una línea de montaje industrial para que todo funcione; cada uno hilvanando su vida en la tela imaginaria del engranaje de la gran ciudad. Ya es lunes.
        A las diez de la mañana suena el teléfono, es radio Lider, por favor prepárese – le dicen – que iniciará a las once y cincuenta en punto.
        Llamó rápidamente a los Rezende para avisarles y a través del teléfono escuchó el murmullo de la hora del desayuno. Saletinha le atendió e inmediatamente dio un grito – pongan la radio que Leti “va ao ar” a las once y cincuenta. El ruido de fondo aceleró el ritmo de la conversa, señal que nuevamente se disponían a esperar el programa, volverían a llamar a amigos y familiares y a invadirse de la ansiedad que les provoca una  actividad fuera de su cotidiano transformándola en un evento.  Las mujeres gritarían pidiendo la instalación de la radio en la cocina y los hombres las harían callar para concentrarse en esa misión.
         A las once y cincuenta, en punto,  le avisan que en dos segundos se inicia la entrevista.
        Fue al compás del espíritu mineiro que, en siete minutos, evocó nuestro continente, integró la ciudad de Oliveira y agradeció a la familia Rezende por la oportunidad inédita que le proporcionaron de conocer  a su noble gente.
       Valió la pena porque durante los cinco días siguientes recibió la llamada de los amigos, de esta vez satisfechos de escucharle nombrarlos con cariño y de paso “hablar bonito” de los problemas latinos. El mineiro es así, un pueblo querendón, conservador y tradicional, agradecido de aquellos que se toman un tiempo para darles siete minutos de atención.

Alejandra Arenas.