domingo, 30 de diciembre de 2012

Feliz Año 2013


  A mis lectores les deseo un Feliz Año  2013

Les agradezco el estímulo recibido para continuar escribiendo, tanto a los que han participado en los comentarios del blog como a los desconocidos que me han leído desde países lejanos.

Abrazos cordiales

Alejandra Arenas  

To my readers, I wish a Happy New Year 2013

I appreciate the encouragement to continue writing, received from those who are  involved in the blog comments as well as readers from all over the world.

Best regards

Alejandra Arenas


domingo, 25 de noviembre de 2012

El Reloj del Fin del Mundo II




- Linda ¿Te cuento? Esteban viene de Brasilia al asado. El informe de la meteorología dice que este sábado estará lindo, con un sol radiante. Lo haremos en el patio. ¿Qué te parece? La aroeira nos dará sombra suficiente, será delicioso.
- Pero yo creía que él no podía, Bueli, me dijo que tenía prueba.
- Creo que eché a perder una sorpresa. Cosas de vieja – vas a tener que hacerte la sorprendida cuando Esteban llegue.
Dile a tus viejos y a tus tíos que traigan jugos de fruta y un buen vino, de mi tierra, para conmemorar. Yo prefiero los del valle central. Son las viñas cercanas a Santiago.
- Bueli, si yo te traigo un vino francés ¿Qué me dices? 
- No Linda, los chilenos son mejores.
- Va a estar toda la familia reunida de nuevo - ¡Últimamente cuesta tanto! - Vamos a aprovechar de festejar todo junto. El comienzo del tercer año de física nuclear de Esteban y tu entrada a la U. São Paulo a estudiar bioquímica. Con esas dos especialidades espero que me salven el mundo.
                                                _____

- ¡Aló! ¿Bueli? Soy yo, Linda. ¡Tebi llegó de madrugada!
- Vengan a tomar el desayuno conmigo, Linda. Da tiempo de conversar, tengo listo el acompañamiento para el asado.

- Bueli ¿Te acuerdas de los científicos del reloj del fin del mundo? – me dijo mi nieta con una sonrisa maliciosa – Fíjate que están creando comisiones en todos los continentes.
- ¡Qué interesante, Linda! – es una idea tan simple.  ¿No les parece?
- Lo peor Bueli, es que la cosa no es tan simple. Hay otras razones que pueden ser peores para afectar al mundo. Los terroristas son más factibles de cometer un desliz que un gobierno.
- Es verdad niños, ellos están cada vez más sofisticados para llamar la atención. 
- Una vez que existen las bombas atómicas, no pueden ser desinventadas. Están a disposición de políticos y terroristas – decían mis nietos, cada vez más informados.
- Me acordé del tiempo en que los entretenía con mis historias del reloj del fin del mundo y ellos eran una platea inocente.
- Creo que perdimos la noción de civilización, mis niños – Ahora somos bárbaros con tecnología.
- Así es Bueli – dijo Esteban – Los desastres también pueden ser causados por alguien incompetente. Como el botón errado apretado por un técnico de Chernobyl, el que provocó el accidente en 1986.
- Quiere decir que la vida en la tierra está en la punta del dedo de pocas personas – concluyó Linda.
- Basta que hagan alguna tontera – completó Esteban.
- Abuela,  - Tebi dice que viene uno de los científicos nucleares a la Universidad de Brasilia.
- ¿Cuál de ellos? ¿A qué viene? – las preguntas fueron brotando sin control.
- El que emite el boletín del reloj. Viene a dar una conferencia. ¿Vamos?
- ¡No te puedo creer! ¿Y en qué auto vamos?
- ¿Te acuerdas del auto que mi papá compró cuando yo tenía como seis años?
- Pero ese auto está muy viejo, Linda – ¡No llegaremos ni a la mitad del camino!
- Bueli no seas fresca, yo se lo pedí a mi papá y lo mandé a actualizar completo, no emite ruidos. ¿Sabías que está en la moda recuperar autos antiguos? – Está precioso, es una joya – argumentaba mi nieta, ante mi cara de asombro – Y tiene más fierro que los autos de hoy, que son un montón de plástico – agregaba.
- No sé Linda – Me estoy sintiendo como Cristobal Colón – Tu auto es una carabela ¡Qué aventura!
- No reclames abuela – A ti siempre te gustaron las aventuras.
                                                 _____

- Bueli, el conferencista te mira mucho.
- Debe creer que soy una científica.
- Pero si aquí, a excepción de nosotras, todos lo son. Hay algo raro ¿Tú lo conoces? – Bueli…Bueli… ¡Tú estás muy distraída!
Mientras Jean Gerard hablaba, su voz suave me iba distanciando hacia otros momentos, a aquel día de nuestro encuentro en la conferencia Los riesgos atómicos del punto de vista político, en la Universidad de Chicago. Entonces éramos un par de jóvenes soñadores. Su voz cálida hablándome, hasta altas horas de la noche, sobre la corrida atómica desenfrenada. Su seguridad, su objetividad con el camino de vida escogido ¡Qué noche! Ávidos de conocimiento, apasionados por la vida ¡Tan jóvenes y con compromiso emocional! Su novia en Los Ángeles, mi novio en Santiago. El impacto del encuentro no nos dio tregua. 
Ahora está frente a mí, provocándome la misma cadena de perturbaciones del pasado. ¡Cómo es posible que lo haya escondido, a llaves, en el baúl de mi inconsciente!
- ¡Qué cosa, Bueli este hombre viene hacia ti!
                                                  _____

- ¡Amanda! ¡Qué insólito encontrarte en Brasilia!
- Jean ¿Cómo estás?
- ¿Ustedes se conocen? – preguntaba Esteban.
- Este es Esteban López, Amanda, el coordinador del encuentro.
- Él es mi nieto, Jean.
- ¡Ah!, veo que estamos en familia – me respondía. 
- Lo único que yo veía era una nube que nos envolvía.
- Te presento a Linda, mi nieta.
- ¡Qué bien! ¿Qué haces Linda?
- Estudio bioquímica.
- Era la profesión que tu abuela debía haber estudiado.

Yo no sabía qué decir, cómo comportarme. Me había tragado la lengua. Al mismo tiempo deseaba decirle tantas cosas. Que aquel día que él me pidió no volver a Santiago, finalmente no lo hice. No embarqué. Que lo busqué por todos los lugares donde estuvimos juntos y no lo encontré. Volví, derrotada, días después a mi país. Que él tenía razón, debíamos haber abandonado todo para quedarnos juntos. Que lo que estaba sintiendo ahora nunca lo había sentido antes.
Cada cosa que pensaba comentar, me parecía sin sentido. Por fin me escuché preguntarle - ¿Cómo está tu vida? – veo que haces exactamente lo que habías planeado.
- Bien, estoy envejeciendo en esta actividad. Pero estoy bien. También tengo nietos. Ninguno ha querido seguir mi camino – Ya veo que los tuyos sí. 
- Son influencias de la abuela – escuché a Linda comentar.

Esteban nos propuso ir a un lugar más tranquilo para conversar. Pero Jean tenía que volver, cuanto antes, al aeropuerto. Nos propusimos acompañarle.
En el medio del ruido habitual del lugar, intentábamos terminar de comentar las informaciones que faltaban de nuestras vidas. Pero más que el ruido, nuestros sentimientos desencontrados no nos dejaban hilvanar el orden natural de los acontecimientos. Nuestras miradas lo decían todo, él estaba sintiendo lo mismo que yo. Al estilo de un currículo nos contó que su esposa lo esperaba en Chicago y sus hijas le habían dado dos nietos cada una. 
¿Y yo? – Mi lengua me prohibió emitir cualquier declaración de amor atrasada. Una extravagancia para el momento. Y, como era de nuestro destino, en un aeropuerto y delante de la mirada atónita de mis nietos, me despedí como una lady del hombre, que yo no sabía, que era el gran amor de mi vida.


                                

                                                  El Reloj del Fin del Mundo III


          Al llegar a Sacomâ se detienen. Las vías elevadas estaban congestionadas por un tráfico fuera de hora y de día. El domingo ha amanecido plácido con un sol matinal suave, no hay necesidad de conectar el aire acondicionado del auto.
        Linda y Esteban vienen a buscarme. Habían cambiado el plan del almuerzo familiar.
- La abuela lo va a encontrar extraño – dijo Linda. 
- No tenemos muchas alternativas, llegando allá le explicamos – le respondió Esteban – Hay que prevenir. Los Iranianos no están jugando – agregó preocupado.

         En el techo de los autos se licuaban las nubes blancas como motas de algodón. Una brisa amable hacía agradable la permanencia en la fila de autos que se perfilaban al inicio de la Vía Anchieta. 
         Yo me pregunto por qué mis hijos han decidido viajar a la chacra repentinamente y solo mis nietos vienen a casa. ¿Para qué tan lejos? Si el interior del sur está tan distante de São Paulo. ¿Cómo van a volver a tiempo de trabajar mañana lunes?
          Me siento cansada,  está todo muy quieto en el vecindario, no escucho a nadie en la calle. No sé por qué estoy poniendo tanta atención a mi respiración. Me recuerdo que así pasó con tía Mery, años atrás. Le faltaba el  aire al respirar. Ella tenía ochenta y seis años en la época. Pero claro, dos menos que yo ¿Qué más puedo esperar? La máquina no es la misma.
- Mira Tebi nos estamos acercando a un taco, parece día de semana a la hora de la salida del trabajo – observó Linda.
- No somos los únicos que están queriendo prevenir – le dice Esteban.

         El semblante de los conductores no era dominguero, cada uno aplicaba gestos automáticos al manejar. Absortos en una mirada inalcanzable.
- Tienes razón Tebi, como me gustaría que estuviéramos a camino de la casa de la abuela como siempre ha sido, a comer el asado del fin de semana.

         El atochamiento no se dejaba esperar, el avance de los autos era en cámara lenta, la disminución de la velocidad comenzó a mermar los ánimos. Tanto tiempo sin ruidos en la calle, estábamos acostumbrados a las nuevas normas del tránsito, ahora ensordecían los gritos descontrolados y  bocinazos.
- Linda, asume el volante, voy a pie a averiguar por qué estamos parados. 
- Debe haber un accidente – alcanzó a responder, pero ni ella misma se convence. 
         Algo nos detiene, no estamos queriendo ponerle nombre a los acontecimientos – pensaba. No creemos en lo que estamos viendo.
- No podemos continuar – volvió diciendo Esteban. La Vía Anchieta está repleta, con las cuatro pistas, que van a São Bernardo do Campo, ocupadas.
- Pero ¿Cómo lo haremos, Tebi? ¿Y la abuela?
- Linda, hay autos abandonados y otros parados con gente incapaz de seguir adelante. Están enfermos y no saben de qué. Tenemos que dejar el auto.

         Yo intento tranquilizarme, tecleo nerviosa el control remoto. Pero ¿Qué hago con él si no estoy viendo tele? Insisto en apretar las teclas una y otra vez sin sosiego, voy de la sala a la cocina  y de la cocina a la sala. Mis nietos llegarán a buscarme de un momento a otro para llevarme a pasear, me entretendré con ellos, se me pasará la falta de aire y por la noche dormiré tranquila.
          Mientras llegan decido prender la tele. Me pregunto - Para qué si los canales insisten en mostrar una guerra que no es  nuestra. Los Iranianos amenazan a Estados Unidos con bacterias o virus letales indefinidos hasta el momento. Las imágenes de la tele, para mi espanto,  muestran las salidas de São Paulo llenas de gente queriendo ir o venir a destinos escogidos como seguros. Hay enfermos en la autopista. Parece epidemia. Pienso en Linda y Esteban a camino de São Bernardo. Quiere decir entonces   que mis hijos no se fueron en auto ¡Se fueron en avión! ¡La cosa es más grave! 
- ¿Y si pedimos a la abuela que se acerque a nosotros? – pregunta Esteban en voz alta como para escucharse.
- La abuela no está en condiciones de salir a este caos, Tebi.
- No sé, los minutos son oro en este momento. No sabemos el poder de contagio. ¿Es bacteria o es virus? Tú sabes, mejor que yo, que algunas armas biológicas destruyen todo lo que es orgánico.

          Por primera vez Linda ve a Esteban desconcertado, él siempre fue tan seguro, tan certero en sus decisiones.
- La abuela no puede caminar mucho ni menos correr, Tebi.
- Linda, si hay enfermos en las calles quiere decir que ese virus o bacteria o lo que sea está hace algún tiempo entre nosotros. ¿Y si fuera verdad la noticia de que han enviado aves contaminadas desde el Oriente Medio? - Tú sabes que los pájaros que llegan a Estados Unidos bajan a la primavera latinoamericana huyendo del frío.
- Tebi, está tocando el teléfono.
- Es la abuela – Hola abuela ¿Cómo estás? Estamos yendo, ya llegaremos a tu casa.
- No, mi Chanchito, ya lo sé todo, vi la Vía Anchieta por la tele. ¿Dónde están?
- Al comienzo, abuela, en el complejo universitario.
- Mis niños, están más cerca del aeropuerto que de mi casa. Váyanse, viajen al sur. Yo estoy bien.
- Abuela, te vamos a buscar para juntarnos a los viejos.
- No, mis niños, yo sería un estorbo. No se puede transitar por ninguna carretera. Están todas las vías de acceso ocupadas. Hay que continuar a pie. Les amo, mis regalones, y a mis hijos también. Nos vemos a la vuelta. Están prohibidos de venir, no les abriré la puerta.

         Corto la llamada antes de la llegada de las lágrimas. Lloro un llanto tranquilo. Ellos llegarán más rápido sin mí. Se juntarán a sus papás. Mis amores todos a salvo me devuelve una fortaleza olvidada.  Me acuerdo de Vanessa Redgrave en un film donde espera la inundación, que acabará con la ciudad, en su departamento y se arregla, se pinta y abre una botella de champán. Creo que haré lo mismo. Me pongo el vestido verde que tiene un escote considerable – Estoy vieja para escotes – me digo.  ¡Qué va! Siempre me vi linda de escote. Me miro al espejo y decido hacerme la sombra oscura sobre los párpados, viene la imagen de la fiesta de mi graduación de la universidad. Marzo de 1971. Corro hasta la sala  y busco una botella de vino de la gran reserva Casa del Bosque. La tengo guardada desde el 2012 cuando almorcé en la viña en Casablanca. Abro las puertas de vidrio de la salida al balcón y llevo una copa. 
         Toca el timbre, me asomo por la ventana. 
         Allí en el portón Linda y Esteban esperan que abra la puerta, salgo corriendo a abrazarlos mientras se oscurece la mañana. 
         Una nube negra de pájaros cubre la ciudad.

                                      
                                            
                                                Epílogo.


         Linda despierta al atardecer. Se mira al espejo, comprueba una vez más, que las espinillas en su cuerpo se multiplican a una velocidad fuera de lo común. Ha perdido el sentido del tiempo. No sabe la cantidad de meses transcurridos desde que Esteban salió de la casa, camino al hospital, con su abuela muy debilitada. 
- Tranca las puertas – le dijo – Nunca más volvió.
          Mientras mira el matorral dominando el jardín vertical de su abuela, piensa dónde estará Tebi y su abuela. ¿Vivirán?
         Está segura que Esteban está en algún lugar protegiéndose del contagio. Algún día aparecerá en el portón - ¿Será que me va a reconocer? – se pregunta.
         A lo lejos se ven los grandes Platos Futuristas ¡Cómo eran lindos! Ahora son edificios abandonados, invadidos por la vegetación resecada. Destituidos de vida. 
         Pero aún hay vida. Los pájaros cantan, quiere decir que no están contaminados. Se escuchan muy claros sin el rumor de la gente en las calles. ¿Ellos se darán cuenta de la ausencia de ruidos en la ciudad?
         Por lo menos nuestros viejos están a salvo – piensa - Cuesta más para que este tipo de contagio llegue a los pueblos distanciados de la gran ciudad. La esperanza la reanima.
En sus anotaciones lleva las cuentas de las aves que han  aparecido alrededor de la casa. Las especies que han revoloteado los árboles del patio son inmunes. 
Ella también. 
Sus constantes infecciones a la piel, de esta vez, le son útiles. Le salvan la vida ¿A qué costo? – se pregunta.
         A lo lejos aparecen algunos buitres, es primera vez que los ve. No es una buena señal…

                                                                     


jueves, 8 de marzo de 2012

El reloj del fin del mundo


¿Qué estás leyendo abuela? – Una noticia que parece  película de terror, respondí descuidada. 
¿Por qué? – interrogaron, al mismo tiempo, mis nietos. Esteban, inquieto, como su padre, paró, inmediatamente, de correr.
Hace mucho tiempo un grupo de científicos inventó un reloj que marca la aproximación hacia el fin del mundo.
¿Cómo así abuela? – Se acomodaron en los cojines de la sala. A Esteban le sobraban piernas para doblarlas y le faltaban cojines. Muy alto para su edad, cerca de completar los ocho años. De mirada vivaz, se veía atento a no dejar escapar detalles de la narración. Linda, menudita en sus seis años, glamurosa, se sentó con delicadeza, puso en orden su falda llena de vuelos. ¿Ese reloj es igual al que tienes en la cocina? – preguntó con todo el dominio de su inocencia.
No – les respondí, casi arrepentida de haber iniciado esta historia – ese reloj puede retroceder.
¡Ah no, abuela! – estás inventando, los relojes no retroceden – respondió Esteban. Porque el tiempo no retrocede.
Esteban, no interrumpas a la abuela – intervino Linda, yo quiero escuchar el cuento.
Pero la abuela comenzó mal – se defendió Esteban – yo tengo unos amigos que me están esperando, en internet, para jugar juntos.
Bueno, bueno – les explico mejor – El reloj es simbólico. Su puntero se mueve cada vez que hay un acontecimiento que amenaza acercarnos al fin del mundo.
Si hay una catástrofe y nos morimos todos, el reloj no nos va a servir de nada – argumentó Esteban, sin darme tregua. El susto se me enredó con las ganas de retroceder. Una simple frase de preocupación de los niños había estremecido mi seguridad sobre toda la conversación. Tienes razón –  respondí con ternura.  Ojalá que nunca haya una catástrofe que acabe con todos nosotros de un tirón ¿Verdad? – continué, pero el tsunami que ocurrió en Japón, el año pasado, fue feroz con los japoneses y además dañó la central nuclear de Fukushima ¿Se acuerdan?
¿Y cómo sabe el reloj lo que pasó en Japón? – Indagó Linda – con un brillo de inteligencia en sus ojos claros. ¿Tú sabes dónde está el reloj abuela? – agregó Esteban.
El interés de mis nietos me hacía sentir más responsable por haber iniciado este cuento, no conseguía hilvanarlo de un modo de no afectarlos. Estaba relatando la realidad.
Mis niños lindos. Eso yo lo sé. El reloj está en Estados Unidos y quien mueve su puntero son los científicos que lo crearon.
Yo voy a ser científica – exclamó Linda con entusiasmo. Apuesto que quieres serlo para jugar con el reloj – le dijo Esteban.
Niños ¿Ustedes sabían que dieciocho de ellos han recibido premio nobel?
¡Ah! Abuela, si saben tanto ¿Por qué no solucionan los problemas, rápidamente, antes que el mundo se acabe? A Esteban no se le escapaba ni un detalle de la conversación y la desmenuzaba con una rapidez devoradora para entenderla mejor.
Porque existe un concepto que se llama democracia, eso significa que todos los países tenemos libertad para hacer lo que creamos conveniente para nosotros. Así fuimos inventando cosas buenas y otras malas. Las guerras fueron las que trajeron los peores inventos. Las armas nucleares. Ahora ya tenemos tantas que se transformaron en un peligro para la humanidad. Los científicos no pueden intervenir en las decisiones de los gobiernos.
Entonces el reloj del fin del mundo no es útil – afirmó Esteban, indignado. Y la inteligencia de los científicos tampoco – completó.
En vista de que la famosa democracia se nos escapó por entre los dedos, ellos inventaron el reloj para alertarnos. Se reúnen todos los años.
¿Y qué hacen en la reunión, abuelita? – preguntó Linda - ¿Ellos toman tecito como tú? Sí, toman un montón de tecito, mientras analizan los acontecimientos naturales como el tsunami, la radiación y el desarme en todos los países.
¿Y el calentamiento global, abuela? – dijo Esteban - ¿Dónde has escuchado eso chanchito? – En la internet abuela - ¿Tú no?
También – amorcito – también estudian los índices de los cambios climáticos y de cómo encontrar fuentes de energía más seguras para el planeta. Enseguida llegan a la conclusión de las condiciones en que estamos. Y emiten un boletín. Si hemos empeorado ellos mueven el puntero un minuto, avanzando hacia el final o retrocediendo el puntero si hemos mejorado nuestra situación mundial.
Abuela ¿Tú crees que el mundo se va a acabar? – preguntó Linda – dejándome en apuros.
Yo creo que no.
¿Por qué? – dijo Esteban.
Yo pienso que hay una inteligencia superior que nos ayudará a salir de este lío en que nos hemos metido.
Yo sé, la abuela está hablando de un super-hombre – afirmó Esteban.
No – les respondí con cariño – hay una inteligencia en cada uno de nosotros y si  sumamos la inteligencia de toda la humanidad creo que podemos encontrar muchas soluciones.
¿Cómo vamos a sumar la inteligencia de nosotros con la de los rusos? – preguntó Esteban. Es verdad, hay que dar una vuelta al globo terrestre para ver Rusia – argumentó Linda.
¿Quién te enseñó eso? – le pregunté para ganar tiempo – mis explicaciones no estaban funcionando.
El papá nos compró un globo grande abuela, allí cabemos todos.
Bueno, ustedes conocen mejor que yo internet ¿Verdad? – Verdad, respondieron de inmediato. Ahí está nuestro vehículo para entrar en contacto con las personas de otros países. Podemos crear un Comité de Defensa del Mundo. ¿Qué les parece? – Así podemos cooperar para que el puntero retroceda.
¿Ustedes sabían que hay una propuestas llamada “Cero global”? Un mundo sin armas nucleares.
Buena idea abuela, podemos invitar a los científicos que inventaron el reloj. Abuelita – continuó Linda – tú dijiste una vez que para manifestarse se necesitaba una bandera. ¿Vamos a hacer una?
Bien, les respondí entusiasmada con el rumbo que había tomado nuestra conversa. ¿De qué color va a ser esa bandera? – pregunté. Verde como Brasil – me respondieron.
Sin darnos cuenta se nos había oscurecido la sala, una brisa agradable movía las palmeras del patio y las campanitas que colgué en el balcón. Su titilar me recordó que las instalé cuando mis hijos me avisaron el nacimiento de cada uno de mis nietos.
Nuestra conversa terminó bien, imaginé.
Abuela – voy a buscar mi muñeca, quiero explicarle que no debe tener hijos porque el mundo se puede acabar – nos anunció Linda. Se me puso un nudo en la garganta.
No seas tonta – le dijo Esteban – las muñecas no pueden tener hijos. No lo soy – respondió Linda – la abuela dice que todos pertenecemos a una inteligencia superior.
Me dejé caer en el sofá. Menos mal que no les conté que este mes los científicos decidieron avanzar un minuto hacia el fin del mundo, pensé. En el portón se escuchó una bocina – mi papá llegó a buscarme – avisó Esteban. El mío también – dijo Linda. ¿Vienen juntos? – pregunté. No abuela, no has reconocido la bocina porque el papá está de auto nuevo.


Nota: Las personas que han leído esta historia y no me conocen y otras que conocen mi vida y a mis hijos, han coincidido en un pedido especial. Aquí va la respuesta:

Aún no tengo nietos, los evoco con alegría. Esta es la parte fantasía de esta narración. Pero infelizmente el reloj del fin del mundo es realidad y fue creado en 1947 por científicos nucleares, con la finalidad de controlar la corrida atómica. Mi deseo es que cuando mis nietos lleguen, este reloj haya alcanzado el objetivo de tantas personas que están trabajando por la iniciativa “Cero global”. Esta historia retrata las incógnitas del ciudadano común y contiene una crítica a los medios de comunicación que nos mantienen aislados de este tipo de noticias para la que disponen un cuarto de página de algunos periódicos, los menos, y segundos de un noticiario de radio. Falta que acaba de cometer, una vez más, la prensa en este mes de Marzo. El reloj ha avanzado un minuto hacia la medianoche, hora que representa el fin del mundo. Situándonos a cinco minutos del apocalipsis.

viernes, 6 de enero de 2012

Historias de Fin de Año

                                                             Algo extraño en Navidad.
24 de diciembre.

Escuchamos la voz de la mamá – lleve a los niños a ver si el Viejo de Pascua está llegando. Salimos con el papá a mirar el cielo, el atardecer casi oscureciendo, fijamos la vista en las estrellas. Aquella más lejana titilaba - puede ser que el Viejo Pascuero venga, por ese lado, papá- - dijo mi hermano – qué parecido tiene a su trineo.
El cielo tiene caminos como la tierra – decía el papá – esa estrella está muy lejos, por eso se ve chiquita, quiere decir que aún falta mucho para que él pase por aquí.
Pero papá, aquí hay otra estrella que es mayor ¿Ésta está más cerca, verdad? – preguntaba mi hermano. Pero está muy quieta, esto quiere decir que todavía está esperando que pase por allí. Y mira que, esa estrella, está más cerca de su país que nosotros – explicaba el papá.
¿De dónde viene el Viejito Pascual? – preguntábamos, casi, en coro. Del polo norte, donde hay mucha nieve, su país está muy lejos, por eso sube al cielo – intentaba disculparlo el papá – tiene que ser rápido para pasar por muchos paises y hogares.
Volvimos a entrar en casa, el living iluminado intermitentemente, por las luces del árbol, nos dejaba coloridos. La carita de mi hermano era a veces verde, otras roja y otras tantas de un azul oscuro como el cielo, allá afuera, abriendo caminos para facilitar el viaje del Viejo Pascuero.
A tomar la sopa, se volvía a escuchar la voz maternal y enseguida van a acostarse.
Antes de dormirnos, con mi hermano, decidimos esperar hasta que el Viejo de Pascua apareciera en casa.
¿Cómo será él? ¿Y si es un extraterrestre que tiene una nave espacial muy rápida? – se preguntaba mi hermano. Pero más nos parecía con cara de un abuelito buena persona - ¿Te acuerdas que el papá dijo que al Viejo de Pascua le gustaba escuchar a Ella Fitzgerald?

25 de Diciembre.

De bruces en la alfombra del living, entre papeles de regalo y cintas coloridas, escribí en mi diario:

Algo le pasó a la ropa del Viejo Pascual, cuando llegó a nuestro árbol de navidad  vestía el pijama de listas azules del papá...
                             



                                                              Diez años más tarde.

Mi amigo Manolo llamó por teléfono comentando: Aline, los papás de Ceci no quieren que ella vaya a la fiesta de Año Nuevo, ustedes que los conocen ¿Pueden pedirle permiso?
Fuimos por la tarde del día 30 hasta su casa en Playa Ancha. Después de muchas explicaciones y argumentaciones de adolescentes lo que más convenció a Don Gaspar y a Doña Juanita fue el hecho de que mi hermano y yo iríamos juntos a la fiesta. Salimos felices de su casa pero muy tarde para trasladarnos hasta Placeres, ahora tendríamos que enfrentar las reprensiones de nuestro papá.
Como castigo, por llegar tan tarde, nos prohibió terminantemente ir a la fiesta de Año Nuevo.

Por la noche, mientras lloraba, anoté en mi diario:

Qué difícil es convencer a un adulto ¿Cómo podría explicarle al papá...?

                                                            Diez años más tarde.

Este sería el primer fin de año fuera de nuestro país. Salí por la mañana, temprano, en busca de carne para preparar un asado al horno – Señor, por favor ¿Qué carne tiene para asado? – No le entiendo señora – me respondía el vendedor poniendo cara de interrogación a mi portuñol. Enseguida me mostraba pedazos y más pedazos  de diferentes carnes y portes, yo respondía con una expresión negativa porque no conocía ninguno.
Por la noche decidí iniciar la preparación de la comida más temprano – pensaba – no me puedo equivocar, nuestra reunión familiar depende de una buena comida para disimular nuestra soledad en tierras extrañas.
No hubo caso, la carne quedó durísima, la tristeza tuvo cara de mal humor y el desamparo nos dominó.

Esa noche mi diario fue mi gran amigo de consuelo, en el escribí:

En Brasil la carne tiene otras formas de corte, la próxima vez le pregunto a una señora, con cara de buena cocinera, qué debo comprar para asar. Ah, horno se llama forno...

                                                             Esta Navidad.

El pavo estaba listo temprano. Mis hijos, ya adultos, entretenidos en la sala bebiendo colemono y tostaditas para llamar el apetito,  muy concentrados arreglando los regalos ya dispuestos al pie del árbol. En la mesa había puesto un mantel blanco con individual rojo para cada uno, las copas brillaban en la espera de servirnos un buen vino y las ensaladas variando de color y tema demostrando la dedicación y tiempo para la elaboración de cada una de ellas. Cuando consideré la mesa a punto de ofrecernos una buena cena de navidad, les llamé.
En el toca CD, Ella Fitzgerald cantaba Santin Doll, quería decir que el Viejo de Pascua ya había pasado por aquí.

Esta noche no anoté nada en el diario y dormí plácidamente.


Alejandra Arenas.