domingo, 25 de noviembre de 2012

El Reloj del Fin del Mundo II




- Linda ¿Te cuento? Esteban viene de Brasilia al asado. El informe de la meteorología dice que este sábado estará lindo, con un sol radiante. Lo haremos en el patio. ¿Qué te parece? La aroeira nos dará sombra suficiente, será delicioso.
- Pero yo creía que él no podía, Bueli, me dijo que tenía prueba.
- Creo que eché a perder una sorpresa. Cosas de vieja – vas a tener que hacerte la sorprendida cuando Esteban llegue.
Dile a tus viejos y a tus tíos que traigan jugos de fruta y un buen vino, de mi tierra, para conmemorar. Yo prefiero los del valle central. Son las viñas cercanas a Santiago.
- Bueli, si yo te traigo un vino francés ¿Qué me dices? 
- No Linda, los chilenos son mejores.
- Va a estar toda la familia reunida de nuevo - ¡Últimamente cuesta tanto! - Vamos a aprovechar de festejar todo junto. El comienzo del tercer año de física nuclear de Esteban y tu entrada a la U. São Paulo a estudiar bioquímica. Con esas dos especialidades espero que me salven el mundo.
                                                _____

- ¡Aló! ¿Bueli? Soy yo, Linda. ¡Tebi llegó de madrugada!
- Vengan a tomar el desayuno conmigo, Linda. Da tiempo de conversar, tengo listo el acompañamiento para el asado.

- Bueli ¿Te acuerdas de los científicos del reloj del fin del mundo? – me dijo mi nieta con una sonrisa maliciosa – Fíjate que están creando comisiones en todos los continentes.
- ¡Qué interesante, Linda! – es una idea tan simple.  ¿No les parece?
- Lo peor Bueli, es que la cosa no es tan simple. Hay otras razones que pueden ser peores para afectar al mundo. Los terroristas son más factibles de cometer un desliz que un gobierno.
- Es verdad niños, ellos están cada vez más sofisticados para llamar la atención. 
- Una vez que existen las bombas atómicas, no pueden ser desinventadas. Están a disposición de políticos y terroristas – decían mis nietos, cada vez más informados.
- Me acordé del tiempo en que los entretenía con mis historias del reloj del fin del mundo y ellos eran una platea inocente.
- Creo que perdimos la noción de civilización, mis niños – Ahora somos bárbaros con tecnología.
- Así es Bueli – dijo Esteban – Los desastres también pueden ser causados por alguien incompetente. Como el botón errado apretado por un técnico de Chernobyl, el que provocó el accidente en 1986.
- Quiere decir que la vida en la tierra está en la punta del dedo de pocas personas – concluyó Linda.
- Basta que hagan alguna tontera – completó Esteban.
- Abuela,  - Tebi dice que viene uno de los científicos nucleares a la Universidad de Brasilia.
- ¿Cuál de ellos? ¿A qué viene? – las preguntas fueron brotando sin control.
- El que emite el boletín del reloj. Viene a dar una conferencia. ¿Vamos?
- ¡No te puedo creer! ¿Y en qué auto vamos?
- ¿Te acuerdas del auto que mi papá compró cuando yo tenía como seis años?
- Pero ese auto está muy viejo, Linda – ¡No llegaremos ni a la mitad del camino!
- Bueli no seas fresca, yo se lo pedí a mi papá y lo mandé a actualizar completo, no emite ruidos. ¿Sabías que está en la moda recuperar autos antiguos? – Está precioso, es una joya – argumentaba mi nieta, ante mi cara de asombro – Y tiene más fierro que los autos de hoy, que son un montón de plástico – agregaba.
- No sé Linda – Me estoy sintiendo como Cristobal Colón – Tu auto es una carabela ¡Qué aventura!
- No reclames abuela – A ti siempre te gustaron las aventuras.
                                                 _____

- Bueli, el conferencista te mira mucho.
- Debe creer que soy una científica.
- Pero si aquí, a excepción de nosotras, todos lo son. Hay algo raro ¿Tú lo conoces? – Bueli…Bueli… ¡Tú estás muy distraída!
Mientras Jean Gerard hablaba, su voz suave me iba distanciando hacia otros momentos, a aquel día de nuestro encuentro en la conferencia Los riesgos atómicos del punto de vista político, en la Universidad de Chicago. Entonces éramos un par de jóvenes soñadores. Su voz cálida hablándome, hasta altas horas de la noche, sobre la corrida atómica desenfrenada. Su seguridad, su objetividad con el camino de vida escogido ¡Qué noche! Ávidos de conocimiento, apasionados por la vida ¡Tan jóvenes y con compromiso emocional! Su novia en Los Ángeles, mi novio en Santiago. El impacto del encuentro no nos dio tregua. 
Ahora está frente a mí, provocándome la misma cadena de perturbaciones del pasado. ¡Cómo es posible que lo haya escondido, a llaves, en el baúl de mi inconsciente!
- ¡Qué cosa, Bueli este hombre viene hacia ti!
                                                  _____

- ¡Amanda! ¡Qué insólito encontrarte en Brasilia!
- Jean ¿Cómo estás?
- ¿Ustedes se conocen? – preguntaba Esteban.
- Este es Esteban López, Amanda, el coordinador del encuentro.
- Él es mi nieto, Jean.
- ¡Ah!, veo que estamos en familia – me respondía. 
- Lo único que yo veía era una nube que nos envolvía.
- Te presento a Linda, mi nieta.
- ¡Qué bien! ¿Qué haces Linda?
- Estudio bioquímica.
- Era la profesión que tu abuela debía haber estudiado.

Yo no sabía qué decir, cómo comportarme. Me había tragado la lengua. Al mismo tiempo deseaba decirle tantas cosas. Que aquel día que él me pidió no volver a Santiago, finalmente no lo hice. No embarqué. Que lo busqué por todos los lugares donde estuvimos juntos y no lo encontré. Volví, derrotada, días después a mi país. Que él tenía razón, debíamos haber abandonado todo para quedarnos juntos. Que lo que estaba sintiendo ahora nunca lo había sentido antes.
Cada cosa que pensaba comentar, me parecía sin sentido. Por fin me escuché preguntarle - ¿Cómo está tu vida? – veo que haces exactamente lo que habías planeado.
- Bien, estoy envejeciendo en esta actividad. Pero estoy bien. También tengo nietos. Ninguno ha querido seguir mi camino – Ya veo que los tuyos sí. 
- Son influencias de la abuela – escuché a Linda comentar.

Esteban nos propuso ir a un lugar más tranquilo para conversar. Pero Jean tenía que volver, cuanto antes, al aeropuerto. Nos propusimos acompañarle.
En el medio del ruido habitual del lugar, intentábamos terminar de comentar las informaciones que faltaban de nuestras vidas. Pero más que el ruido, nuestros sentimientos desencontrados no nos dejaban hilvanar el orden natural de los acontecimientos. Nuestras miradas lo decían todo, él estaba sintiendo lo mismo que yo. Al estilo de un currículo nos contó que su esposa lo esperaba en Chicago y sus hijas le habían dado dos nietos cada una. 
¿Y yo? – Mi lengua me prohibió emitir cualquier declaración de amor atrasada. Una extravagancia para el momento. Y, como era de nuestro destino, en un aeropuerto y delante de la mirada atónita de mis nietos, me despedí como una lady del hombre, que yo no sabía, que era el gran amor de mi vida.


                                

                                                  El Reloj del Fin del Mundo III


          Al llegar a Sacomâ se detienen. Las vías elevadas estaban congestionadas por un tráfico fuera de hora y de día. El domingo ha amanecido plácido con un sol matinal suave, no hay necesidad de conectar el aire acondicionado del auto.
        Linda y Esteban vienen a buscarme. Habían cambiado el plan del almuerzo familiar.
- La abuela lo va a encontrar extraño – dijo Linda. 
- No tenemos muchas alternativas, llegando allá le explicamos – le respondió Esteban – Hay que prevenir. Los Iranianos no están jugando – agregó preocupado.

         En el techo de los autos se licuaban las nubes blancas como motas de algodón. Una brisa amable hacía agradable la permanencia en la fila de autos que se perfilaban al inicio de la Vía Anchieta. 
         Yo me pregunto por qué mis hijos han decidido viajar a la chacra repentinamente y solo mis nietos vienen a casa. ¿Para qué tan lejos? Si el interior del sur está tan distante de São Paulo. ¿Cómo van a volver a tiempo de trabajar mañana lunes?
          Me siento cansada,  está todo muy quieto en el vecindario, no escucho a nadie en la calle. No sé por qué estoy poniendo tanta atención a mi respiración. Me recuerdo que así pasó con tía Mery, años atrás. Le faltaba el  aire al respirar. Ella tenía ochenta y seis años en la época. Pero claro, dos menos que yo ¿Qué más puedo esperar? La máquina no es la misma.
- Mira Tebi nos estamos acercando a un taco, parece día de semana a la hora de la salida del trabajo – observó Linda.
- No somos los únicos que están queriendo prevenir – le dice Esteban.

         El semblante de los conductores no era dominguero, cada uno aplicaba gestos automáticos al manejar. Absortos en una mirada inalcanzable.
- Tienes razón Tebi, como me gustaría que estuviéramos a camino de la casa de la abuela como siempre ha sido, a comer el asado del fin de semana.

         El atochamiento no se dejaba esperar, el avance de los autos era en cámara lenta, la disminución de la velocidad comenzó a mermar los ánimos. Tanto tiempo sin ruidos en la calle, estábamos acostumbrados a las nuevas normas del tránsito, ahora ensordecían los gritos descontrolados y  bocinazos.
- Linda, asume el volante, voy a pie a averiguar por qué estamos parados. 
- Debe haber un accidente – alcanzó a responder, pero ni ella misma se convence. 
         Algo nos detiene, no estamos queriendo ponerle nombre a los acontecimientos – pensaba. No creemos en lo que estamos viendo.
- No podemos continuar – volvió diciendo Esteban. La Vía Anchieta está repleta, con las cuatro pistas, que van a São Bernardo do Campo, ocupadas.
- Pero ¿Cómo lo haremos, Tebi? ¿Y la abuela?
- Linda, hay autos abandonados y otros parados con gente incapaz de seguir adelante. Están enfermos y no saben de qué. Tenemos que dejar el auto.

         Yo intento tranquilizarme, tecleo nerviosa el control remoto. Pero ¿Qué hago con él si no estoy viendo tele? Insisto en apretar las teclas una y otra vez sin sosiego, voy de la sala a la cocina  y de la cocina a la sala. Mis nietos llegarán a buscarme de un momento a otro para llevarme a pasear, me entretendré con ellos, se me pasará la falta de aire y por la noche dormiré tranquila.
          Mientras llegan decido prender la tele. Me pregunto - Para qué si los canales insisten en mostrar una guerra que no es  nuestra. Los Iranianos amenazan a Estados Unidos con bacterias o virus letales indefinidos hasta el momento. Las imágenes de la tele, para mi espanto,  muestran las salidas de São Paulo llenas de gente queriendo ir o venir a destinos escogidos como seguros. Hay enfermos en la autopista. Parece epidemia. Pienso en Linda y Esteban a camino de São Bernardo. Quiere decir entonces   que mis hijos no se fueron en auto ¡Se fueron en avión! ¡La cosa es más grave! 
- ¿Y si pedimos a la abuela que se acerque a nosotros? – pregunta Esteban en voz alta como para escucharse.
- La abuela no está en condiciones de salir a este caos, Tebi.
- No sé, los minutos son oro en este momento. No sabemos el poder de contagio. ¿Es bacteria o es virus? Tú sabes, mejor que yo, que algunas armas biológicas destruyen todo lo que es orgánico.

          Por primera vez Linda ve a Esteban desconcertado, él siempre fue tan seguro, tan certero en sus decisiones.
- La abuela no puede caminar mucho ni menos correr, Tebi.
- Linda, si hay enfermos en las calles quiere decir que ese virus o bacteria o lo que sea está hace algún tiempo entre nosotros. ¿Y si fuera verdad la noticia de que han enviado aves contaminadas desde el Oriente Medio? - Tú sabes que los pájaros que llegan a Estados Unidos bajan a la primavera latinoamericana huyendo del frío.
- Tebi, está tocando el teléfono.
- Es la abuela – Hola abuela ¿Cómo estás? Estamos yendo, ya llegaremos a tu casa.
- No, mi Chanchito, ya lo sé todo, vi la Vía Anchieta por la tele. ¿Dónde están?
- Al comienzo, abuela, en el complejo universitario.
- Mis niños, están más cerca del aeropuerto que de mi casa. Váyanse, viajen al sur. Yo estoy bien.
- Abuela, te vamos a buscar para juntarnos a los viejos.
- No, mis niños, yo sería un estorbo. No se puede transitar por ninguna carretera. Están todas las vías de acceso ocupadas. Hay que continuar a pie. Les amo, mis regalones, y a mis hijos también. Nos vemos a la vuelta. Están prohibidos de venir, no les abriré la puerta.

         Corto la llamada antes de la llegada de las lágrimas. Lloro un llanto tranquilo. Ellos llegarán más rápido sin mí. Se juntarán a sus papás. Mis amores todos a salvo me devuelve una fortaleza olvidada.  Me acuerdo de Vanessa Redgrave en un film donde espera la inundación, que acabará con la ciudad, en su departamento y se arregla, se pinta y abre una botella de champán. Creo que haré lo mismo. Me pongo el vestido verde que tiene un escote considerable – Estoy vieja para escotes – me digo.  ¡Qué va! Siempre me vi linda de escote. Me miro al espejo y decido hacerme la sombra oscura sobre los párpados, viene la imagen de la fiesta de mi graduación de la universidad. Marzo de 1971. Corro hasta la sala  y busco una botella de vino de la gran reserva Casa del Bosque. La tengo guardada desde el 2012 cuando almorcé en la viña en Casablanca. Abro las puertas de vidrio de la salida al balcón y llevo una copa. 
         Toca el timbre, me asomo por la ventana. 
         Allí en el portón Linda y Esteban esperan que abra la puerta, salgo corriendo a abrazarlos mientras se oscurece la mañana. 
         Una nube negra de pájaros cubre la ciudad.

                                      
                                            
                                                Epílogo.


         Linda despierta al atardecer. Se mira al espejo, comprueba una vez más, que las espinillas en su cuerpo se multiplican a una velocidad fuera de lo común. Ha perdido el sentido del tiempo. No sabe la cantidad de meses transcurridos desde que Esteban salió de la casa, camino al hospital, con su abuela muy debilitada. 
- Tranca las puertas – le dijo – Nunca más volvió.
          Mientras mira el matorral dominando el jardín vertical de su abuela, piensa dónde estará Tebi y su abuela. ¿Vivirán?
         Está segura que Esteban está en algún lugar protegiéndose del contagio. Algún día aparecerá en el portón - ¿Será que me va a reconocer? – se pregunta.
         A lo lejos se ven los grandes Platos Futuristas ¡Cómo eran lindos! Ahora son edificios abandonados, invadidos por la vegetación resecada. Destituidos de vida. 
         Pero aún hay vida. Los pájaros cantan, quiere decir que no están contaminados. Se escuchan muy claros sin el rumor de la gente en las calles. ¿Ellos se darán cuenta de la ausencia de ruidos en la ciudad?
         Por lo menos nuestros viejos están a salvo – piensa - Cuesta más para que este tipo de contagio llegue a los pueblos distanciados de la gran ciudad. La esperanza la reanima.
En sus anotaciones lleva las cuentas de las aves que han  aparecido alrededor de la casa. Las especies que han revoloteado los árboles del patio son inmunes. 
Ella también. 
Sus constantes infecciones a la piel, de esta vez, le son útiles. Le salvan la vida ¿A qué costo? – se pregunta.
         A lo lejos aparecen algunos buitres, es primera vez que los ve. No es una buena señal…