jueves, 8 de marzo de 2012

El reloj del fin del mundo


¿Qué estás leyendo abuela? – Una noticia que parece  película de terror, respondí descuidada. 
¿Por qué? – interrogaron, al mismo tiempo, mis nietos. Esteban, inquieto, como su padre, paró, inmediatamente, de correr.
Hace mucho tiempo un grupo de científicos inventó un reloj que marca la aproximación hacia el fin del mundo.
¿Cómo así abuela? – Se acomodaron en los cojines de la sala. A Esteban le sobraban piernas para doblarlas y le faltaban cojines. Muy alto para su edad, cerca de completar los ocho años. De mirada vivaz, se veía atento a no dejar escapar detalles de la narración. Linda, menudita en sus seis años, glamurosa, se sentó con delicadeza, puso en orden su falda llena de vuelos. ¿Ese reloj es igual al que tienes en la cocina? – preguntó con todo el dominio de su inocencia.
No – les respondí, casi arrepentida de haber iniciado esta historia – ese reloj puede retroceder.
¡Ah no, abuela! – estás inventando, los relojes no retroceden – respondió Esteban. Porque el tiempo no retrocede.
Esteban, no interrumpas a la abuela – intervino Linda, yo quiero escuchar el cuento.
Pero la abuela comenzó mal – se defendió Esteban – yo tengo unos amigos que me están esperando, en internet, para jugar juntos.
Bueno, bueno – les explico mejor – El reloj es simbólico. Su puntero se mueve cada vez que hay un acontecimiento que amenaza acercarnos al fin del mundo.
Si hay una catástrofe y nos morimos todos, el reloj no nos va a servir de nada – argumentó Esteban, sin darme tregua. El susto se me enredó con las ganas de retroceder. Una simple frase de preocupación de los niños había estremecido mi seguridad sobre toda la conversación. Tienes razón –  respondí con ternura.  Ojalá que nunca haya una catástrofe que acabe con todos nosotros de un tirón ¿Verdad? – continué, pero el tsunami que ocurrió en Japón, el año pasado, fue feroz con los japoneses y además dañó la central nuclear de Fukushima ¿Se acuerdan?
¿Y cómo sabe el reloj lo que pasó en Japón? – Indagó Linda – con un brillo de inteligencia en sus ojos claros. ¿Tú sabes dónde está el reloj abuela? – agregó Esteban.
El interés de mis nietos me hacía sentir más responsable por haber iniciado este cuento, no conseguía hilvanarlo de un modo de no afectarlos. Estaba relatando la realidad.
Mis niños lindos. Eso yo lo sé. El reloj está en Estados Unidos y quien mueve su puntero son los científicos que lo crearon.
Yo voy a ser científica – exclamó Linda con entusiasmo. Apuesto que quieres serlo para jugar con el reloj – le dijo Esteban.
Niños ¿Ustedes sabían que dieciocho de ellos han recibido premio nobel?
¡Ah! Abuela, si saben tanto ¿Por qué no solucionan los problemas, rápidamente, antes que el mundo se acabe? A Esteban no se le escapaba ni un detalle de la conversación y la desmenuzaba con una rapidez devoradora para entenderla mejor.
Porque existe un concepto que se llama democracia, eso significa que todos los países tenemos libertad para hacer lo que creamos conveniente para nosotros. Así fuimos inventando cosas buenas y otras malas. Las guerras fueron las que trajeron los peores inventos. Las armas nucleares. Ahora ya tenemos tantas que se transformaron en un peligro para la humanidad. Los científicos no pueden intervenir en las decisiones de los gobiernos.
Entonces el reloj del fin del mundo no es útil – afirmó Esteban, indignado. Y la inteligencia de los científicos tampoco – completó.
En vista de que la famosa democracia se nos escapó por entre los dedos, ellos inventaron el reloj para alertarnos. Se reúnen todos los años.
¿Y qué hacen en la reunión, abuelita? – preguntó Linda - ¿Ellos toman tecito como tú? Sí, toman un montón de tecito, mientras analizan los acontecimientos naturales como el tsunami, la radiación y el desarme en todos los países.
¿Y el calentamiento global, abuela? – dijo Esteban - ¿Dónde has escuchado eso chanchito? – En la internet abuela - ¿Tú no?
También – amorcito – también estudian los índices de los cambios climáticos y de cómo encontrar fuentes de energía más seguras para el planeta. Enseguida llegan a la conclusión de las condiciones en que estamos. Y emiten un boletín. Si hemos empeorado ellos mueven el puntero un minuto, avanzando hacia el final o retrocediendo el puntero si hemos mejorado nuestra situación mundial.
Abuela ¿Tú crees que el mundo se va a acabar? – preguntó Linda – dejándome en apuros.
Yo creo que no.
¿Por qué? – dijo Esteban.
Yo pienso que hay una inteligencia superior que nos ayudará a salir de este lío en que nos hemos metido.
Yo sé, la abuela está hablando de un super-hombre – afirmó Esteban.
No – les respondí con cariño – hay una inteligencia en cada uno de nosotros y si  sumamos la inteligencia de toda la humanidad creo que podemos encontrar muchas soluciones.
¿Cómo vamos a sumar la inteligencia de nosotros con la de los rusos? – preguntó Esteban. Es verdad, hay que dar una vuelta al globo terrestre para ver Rusia – argumentó Linda.
¿Quién te enseñó eso? – le pregunté para ganar tiempo – mis explicaciones no estaban funcionando.
El papá nos compró un globo grande abuela, allí cabemos todos.
Bueno, ustedes conocen mejor que yo internet ¿Verdad? – Verdad, respondieron de inmediato. Ahí está nuestro vehículo para entrar en contacto con las personas de otros países. Podemos crear un Comité de Defensa del Mundo. ¿Qué les parece? – Así podemos cooperar para que el puntero retroceda.
¿Ustedes sabían que hay una propuestas llamada “Cero global”? Un mundo sin armas nucleares.
Buena idea abuela, podemos invitar a los científicos que inventaron el reloj. Abuelita – continuó Linda – tú dijiste una vez que para manifestarse se necesitaba una bandera. ¿Vamos a hacer una?
Bien, les respondí entusiasmada con el rumbo que había tomado nuestra conversa. ¿De qué color va a ser esa bandera? – pregunté. Verde como Brasil – me respondieron.
Sin darnos cuenta se nos había oscurecido la sala, una brisa agradable movía las palmeras del patio y las campanitas que colgué en el balcón. Su titilar me recordó que las instalé cuando mis hijos me avisaron el nacimiento de cada uno de mis nietos.
Nuestra conversa terminó bien, imaginé.
Abuela – voy a buscar mi muñeca, quiero explicarle que no debe tener hijos porque el mundo se puede acabar – nos anunció Linda. Se me puso un nudo en la garganta.
No seas tonta – le dijo Esteban – las muñecas no pueden tener hijos. No lo soy – respondió Linda – la abuela dice que todos pertenecemos a una inteligencia superior.
Me dejé caer en el sofá. Menos mal que no les conté que este mes los científicos decidieron avanzar un minuto hacia el fin del mundo, pensé. En el portón se escuchó una bocina – mi papá llegó a buscarme – avisó Esteban. El mío también – dijo Linda. ¿Vienen juntos? – pregunté. No abuela, no has reconocido la bocina porque el papá está de auto nuevo.


Nota: Las personas que han leído esta historia y no me conocen y otras que conocen mi vida y a mis hijos, han coincidido en un pedido especial. Aquí va la respuesta:

Aún no tengo nietos, los evoco con alegría. Esta es la parte fantasía de esta narración. Pero infelizmente el reloj del fin del mundo es realidad y fue creado en 1947 por científicos nucleares, con la finalidad de controlar la corrida atómica. Mi deseo es que cuando mis nietos lleguen, este reloj haya alcanzado el objetivo de tantas personas que están trabajando por la iniciativa “Cero global”. Esta historia retrata las incógnitas del ciudadano común y contiene una crítica a los medios de comunicación que nos mantienen aislados de este tipo de noticias para la que disponen un cuarto de página de algunos periódicos, los menos, y segundos de un noticiario de radio. Falta que acaba de cometer, una vez más, la prensa en este mes de Marzo. El reloj ha avanzado un minuto hacia la medianoche, hora que representa el fin del mundo. Situándonos a cinco minutos del apocalipsis.