miércoles, 27 de agosto de 2014

Infierno o Paraíso


- Hola ¿Qué tal?
- Hola.
- ¿Qué buscas?
- Nada en particular.
- ¿Te puedo ayudar?
- Gracias, me gusta mirar títulos en cualquier estantería para ver qué me sugieren.
- ¿Cuál es tu preferencia?
- A veces busco por tema. Cuando quiero profundizar alguna idea. Pero no es siempre. ¿Y tú?
- Yo soy Aníbal, mucho gusto.
- Leticia.
- Tú vienes siempre acá ¿Verdad?
- Sí, me encanta esta librería ¿Cómo sabes?
- Ya te he visto, vengo seguido, aprovecho de tomar un café mientras leo.
- Ah! ¿Y qué te gusta leer?
- Partituras.
- ¿Eres músico?
- Compositor.
- ¡Qué interesante! ¿Qué tipo de música compones?
- Popular
- ¿Alguna en especial?
- Música de samba. En estos días te vi comprando Fausto de Goethe.
- Sí, es verdad… ¡Qué alegre la música que compones!
- No creas, la samba también es triste.
- Pero su ritmo es alegre, animado.
- Puede ser…Lo más extraño es que también escogiste Fausto de Murnau, el film.
- Así es ¿Trabajas en una Escuela de Samba?
- Sí y no, compongo música para films sobre Escuelas de Samba.
- Entonces vives en el paraíso, rodeado de alegría.
- Ojalá fuera así ¿Sabes? Continúo curioso porque el otro día compraste, también, el film Fausto de Sukorov. Es muy actual fue lanzado este año.
- Mira que eres observador.
- Y lo increíble es que aún no compraste El Abogado del Diablo de Hackford.
- Es que ya lo tengo.
- Ah! Te invito a tomar un café.
- ¿Dónde, en tu paraíso o en mi infierno?


                                                       Alejandra A.

lunes, 20 de mayo de 2013

La otra Cara de la Moneda II


                             

El perturbador encanto provocado por el médico legista se evaporó al instante en que llegué a la sala donde se encontraba mi cuerpo. Encontré dos enfermeras retirando cadáveres que habían sido reclamados por sus familiares. Uno de ellos me llamó la atención. Escuché que ya había cumplido el plazo de estadía en los cajones refrigerados y era necesario retirarlo.

Lo remecí para ver si de él surgía su alma o algo parecido quería  comunicarle que se previniera, si no lo enterrarían en una fosa común.  Su cuerpo no emitía ninguna señal.  Las sorpresas se sucedían unas a otras,  no solo me di cuenta de que no había visto ningún fantasma o entidad que acompañara los cadáveres que allí estaban, sino que también yo no conseguía comunicación con ellos. Pero,  la evidencia que más me afectó fue que yo sería la próxima en ser retirada a una sepultura para indigentes si nadie me reclamaba.

Las reflexiones no me dejaban enhebrar una conclusión. Esa historia de que un pariente o conocido, que ya murió, vendría para ingresarme  a la nueva vida, parece que no existe. El único de la familia capaz de tal gentileza sería mi abuelo paterno, pero hasta aquí no se había manifestado. Yo creía que las comunicaciones funcionaban del más allá para acá y viceversa. Al final, familiares y amigos se habían conectado conmigo en la hora de su muerte. De algún modo se las arreglaron para avisarme. Algunos a través de sueños, otros días antes, dándome tiempo para alertar a la familia y visitarles. El último tío que falleció me llamó al celular tres días antes de su muerte para despedirse. Después de haber servido de antena familiar, ahora muerta, no imaginaba cómo activar la conexión. O entonces soy una buena receptora – me dije – pero no contengo el servicio inverso.

¿A quién le aviso?  No tengo hermanos, mi padre vive en un limbo particular desde que se entregó al vicio de la bebida y mi madre se alejó a vivir su vida cuando yo completé dieciocho años.

Mis divagaciones, sin embargo, fueron interrumpidas por las enfermeras, nuevamente.  Para mi asombro se dirigieron a mi cajón. Retiraron mi cuerpo con comentarios de que por fin alguien me reclamaba. Corrí contenta a mi lado; de esta vez los pasillos lúgubres y ascensores destartalados, del edificio, me parecieron gentiles. Me despedí del lugar sintiendo dignidad. Alguien se responsabilizaba por mí.

Mi mamá permanecía en un banco de espera con papeles en la mano y el cabello cubierto de hebras color de plata. Mis sentimientos se agolparon para salir desordenadamente. Explotaron en ternura por verla tan vieja,  agradecimiento por ser ella quien me daría sepultura. No sabía cuánto había anhelado este momento. Luego me trasladaron a un ataúd y viajé en la camioneta del servicio funerario hasta una sala del cementerio. Fue todo muy rápido, la sala comenzó a llenarse de gente desconocida, amigos de mi madre y de su compañero. De vez en cuando ella se acercaba y me observaba, en ese instante yo supe que ella estaba reconciliándose conmigo y yo perdonándola por su maternidad tardía.

El atardecer estaba retirando su luz, agarrada al  follaje de los árboles e iluminando levemente las criptas, cuando decidieron iniciar el cortejo hasta mi tumba. Estaba tan embebida en las últimas prácticas maternales de mi madre que me sorprendió una nueva preocupación. ¿Qué haría yo sin mi cuerpo?

Me distancié con la intención de reflexionar mientras mi funeral seguía su rumbo, cuando apareció una figura conocida. Mi primo Manolo corriendo por entre los árboles, atrasado como era su costumbre. Pasión  de mi adolescencia. Se completaban  los regalos de mi partida – pensé,  sin mucha seguridad de lo que acababa de sentir,  pero me hizo bien.  Acompañé su carrera hacia  lo que él creía que era mi entierro pero su actitud siguiente me sorprendió. Él se integró al funeral de otro muerto. Se abrió paso entre las personas, buscando a mi madre con la mirada, no la encontró, pero se acercó al ataúd y reclamó un lugar para cargarlo. Enseguida lo vi emocionarse y soltar algunas lágrimas. Me aproximé y le hice cariño, Manolo continuó llorando e intentando secarse la cara con la manga de la camisa. En eso estaba cuando una chica le preguntó si él era muy amigo de su padre. Despistado, como siempre, recién comprendió que se había equivocado de muerto.

Luego del responso vi bajar mi ataúd.  Ansié acompañar, una vez más, mi cuerpo; entré al cajón y fui sintiendo el sonido de la tierra en la madera como un ritual, golpeándolo, cubriéndolo y hundiéndolo poco a poco. La oscuridad tenía cara de muerte.

Salí a la superficie, quería pensar, luchar contra el sentimentalismo. Las personas ya se habían retirado. La soledad del momento no me asustaba, ya la conocía. La había aceptado hacía mucho tiempo. Nunca me había engañado negándola. Venimos solos, optamos por los caminos que seguimos solos, nadie nos lleva de la mano hacia dónde vamos. Por más que los que nos quieren,  nos deseen la mejor travesía posible, nuestro camino contiene las piedras y bifurcaciones que escogemos. Me pareció un siglo reflexionando pero  llegué a una conclusión que me llenó de ánimo. Inventaré una vida nueva para mí. No cambia mucho la cosa – me dije – entre esta vida y la anterior. Somos entes solitarios y parece que continuamos siéndolo. Acababa de darme cuenta de que tengo conciencia de quién soy yo. ¿Cuántos nudos me confinarían a la materia todavía?  No lo sé, pero sentía que me estaba acostumbrando a mi nueva naturaleza. Después de un día cansador, me adormecí con la sensación de la misericordia del sueño.

domingo, 7 de abril de 2013

La otra Cara de la Moneda


 Cintura de metro – me dijo el médico – es sinónimo de ataque cardíaco. Después de engordar tanto, mi única entretención era comer cada vez más. No me pregunten cómo pasé de cincuenta y un kilos a ciento veinte. Ahora no importa más. Mi corazón explotó como ojiva de cohete.

A cada compra que hacía, miraba mi carro llenándose de verduras. La feria del domingo hervía de gente. Los rábanos que había comprado los cortaría en rodelas para ponerlos encima de las hojas de lechuga. Combinarían con las hojas verdes con orillas en color morado. La base de la ensalada ya estaba lista, necesitaba agregarle berro, palmito, aceitunas negras ¡Se me hacía agua la boca! Pero había algo que no me dejaba disfrutar este paseo del placer. Me sentía como una coca-cola recién abierta cuyos gases se pelean por subir desorganizadamente. Un dolor agudo en el pecho acabó con mis dudas, los rábanos saltaron del carro desparramándose  en el suelo junto conmigo, me vi envuelta en un giro vertiginoso lleno de matices de verdes hasta llegar a la oscuridad.

     Cuando volví a la conciencia creí que eso significaba estar viva, me engañé. Vi mi cuerpo en el suelo rodeado de gente, cada uno con su carro de la feria y el mío, tan ridículo como yo, yacía en el suelo haciendo causa común conmigo. Yo lo miraba desde la misma perspectiva de los curiosos, intenté preguntarle a una señora con cara de espantada - ¿Qué pasa? - pero ella no me respondió, me ignoró como si yo no existiera.  ¡Qué falta de dignidad para morir! – pensé – debíamos hacer un curso para aprender a partir con decoro.

     Como suele suceder en estos instantes (me parecieron un siglo) la gente aumentaba a mi alrededor con poquísimas iniciativas de actuar con mayor rapidez. Nadie llamaba a la ambulancia, policía u otros menesteres. A no ser un borracho que hizo intentos de agacharse para hacerle respiración boca a boca a mi cuerpo. Entre perplejo y tambaleante se fue acercando pero creo que los pudores de la concurrencia fueron mayores y lo sacaron de mi lado antes de aumentar las ridiculeces del momento.

      Comencé a observar lo que es evidente aunque nunca ponemos atención. La muerte sorprende. Las personas no se movían, atónitas  paralizaban  la actividad de la feria - ¿Por qué no se irán a almorzar? – me pregunté. Hice intentos de levantar mi carro y recuperar los rábanos y las lechugas. Fue entonces que descubrí que no tenía poderes para tomar los objetos que eran míos. Parecía que ya no lo eran más. Enseguida surgió un policial y después otro, pusieron orden a la batahola y oficializaron mi muerte cubriéndome con diarios. Escuché el murmullo de todos esparciéndose para continuar su domingo, el mío era una tremenda incógnita para mí. Me subieron a una ambulancia y yo acompañé mi cuerpo.

     Me llevaron a un lugar que parecía un hospital, aunque yo no veía heridos o enfermos alrededor. Me desnudaron y cubrieron con un paño blanco. Si no fuera por la burocracia de las digitales me hubiera sentido desprovista de identidad. Parece que antes de lo esperado ya tenían mis datos porque me pusieron un papel escrito amarrado a un dedo del pie derecho y me encaminaron a un lugar con cajones refrigerados. Deduje que era la morgue pero yo no sentía nada, ni frío, ni olores. Apenas una inseguridad muy grande, no sabía dónde iba a vivir de aquí en adelante y cómo sería esta vida de fantasma.

     ¿Cuántos minutos u horas habrán pasado? perdí la noción del tiempo, permanecí en el suelo muy cerca del cajón donde guardaron mi cuerpo. Tenía miedo de perderlo de vista, si bien que ahora me sentía leve, como las lechugas de mis ensaladas, no me acostumbraba sin él. Era el único eslabón que me identificaba. Parecía que los acontecimientos pasaban entre ensueños, así me sentía, cuando entraron dos enfermeras y fueron directo a mi cajón. Pasaron mis restos a una camilla. Los trasladaron a otro piso, yo deambulando a su lado en ascensores y largos pasillos. Entramos a un lugar con aspecto de sala de operaciones. Allí esperaban una arsenalera y un médico. Lo vi concentrado ajustándose los guantes quirúrgicos. Cuando se puso de frente a la mesa distinguí su juventud. Pero no dio tiempo de hacer más observaciones, en espacio de segundos tomó un bisturí e hizo un tajo enorme en mi vientre. Me desmayé (o mejor dicho me desconecté como fantasma). Volví en mí cuando estaban terminando la costura de la tremenda incisión y escuché que el médico le decía a su ayudante que se podía retirar – del resto cuido yo – le dijo.

     Lo observé quitándose los guantes, lavándose las manos y desvistiendo la ropa que usó para la autopsia – ¡Qué hombre lindo! – me dije – tenía una cara de ángel con cabellos rubios y crespos. Me sorprendió que antes de irse volviera a la mesa de operaciones y se quedara observándome largo rato. Pero su reacción siguiente me tomó desprevenida. Comenzó a acariciarme, me dio un beso casi rozando los labios y extendió sus caricias más de lo permitido. Ahí estábamos, él concentrado en los cariños, yo indignada por la invasión de privacidad y al mismo tiempo contenta con la tremenda conquista que había hecho, cuando se escucharon pasos en el corredor. El médico se retiró, sopló un beso de despedida  a mi cuerpo y le dijo - ¡Chao linda! De inmediato entró a la sala de al lado.
     Llegaron dos hombres a buscar lo que restaba de mí, me pasaron a la camilla nuevamente y antes de cubrirme con el paño blanco, uno de ellos comentó: - ¡Qué gordita sexy! - Lo único que me faltaba ahora – pensé – es que después de muerta me llovieran los hombres.

     Corrí el trayecto de vuelta a mi lado, hasta llegar al cajón que me correspondía. Cuando me dejaron sola, me senté en un rincón a meditar en lo sucedido. Comenzó a bajarme una indignación que no me dejaba en paz. Decidí que debía buscar al médico y pedirle explicaciones. Entré por la sala de operaciones y encontré abierta la puerta de una pieza pequeña con aspecto de consultorio. Allí estaba él, con su cara de ángel de las bóvedas de la Capilla Sixtina, comiendo papitas fritas y viendo fútbol en la tele. Me acerqué a su oído y comencé a pedirle explicaciones sobre su acometer repentino a una mujer desprotegida. Primero en voz suave pero él no me escuchaba, terminé gritando. Él continuaba mirando el fútbol. No hay mucha diferencia – observé sorprendida – entre estar viva o estar muerta al lado de un hombre que está mirando un partido de fútbol en la TV.
Me retiré furiosa.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    

lunes, 4 de marzo de 2013

Respuesta a Bolero de Luis Fernando Veríssimo



Con admiración al gran escritor.


"Dormir avec vous madame
Dormir avec vous
C'est un merveilleux programe
Demandant surtout
Un endroit discret madame"

Charles Aznavour

- "Enfin un boléro, ¿ N’est pas madame ? Yo soborné a la orquesta"  
- Es una honra capitán. 
Ah, si él me pusiera su mano en la cintura, no imagina el poder que le concedería. Pero insiste en apretar sus medallas contra mi pecho. Este hombre no sabe el efecto que hace una mano máscula en la cintura de una mujer. Primero con suavidad demostrando que sabe administrar muy bien el tiempo, después de a poco va presionando, también puede subirla provocándonos la ansiedad de que la mano vuelva al lugar donde la había puesto antes.  Estoy tiritando en sus brazos. Él sabe lo que está provocando, pasa y pasa su lengua despacito debajo de mi oreja, se está bebiendo todo el chanel 5 que acabé de ponerme para venir a la fiesta. Parece que su problema son las manos, no sabe usarlas y deposita toda su confianza en el montón de medallas que se están enredando en el encaje de mi vestido. 
- Por favor no me muerda el lóbulo, no sabe el peligro que corremos usted y yo. 
- "¿Existe un marido, madame? " 
- Sí y él nos está mirando desconfiado. Cómo me gustaría que este bolero no acabase nunca. 
- ¿Qué dice, madame? 
- Nada, nada... tiene razón « el placer de la seducción está centralizado en el marido traicionado » 
- ¿Yo dije eso? 
- ¿Y no es lo que acaba de decir?
Creo que estamos perdiendo el control. Él continúa mirándonos. Está furioso. Sería genial si desafiara al capitán a un duelo. Mañana a las 5 de la madrugada, cuando la niebla matinal no se ha disipado aún. Los dos, previo acuerdo de las partes, marchan en sentido contrario con sus armas en mano. Al capitán le brillan las medallas y su paso es titubeante, como en el bolero, debe ser su pierna mecánica. En una de aquellas batallas - dice que - perdió la pierna y la cuenta de cuántas guerras han sido. Mi marido camina erguido, se ve lívido en su camisa blanca de mangas anchas.
- Madame, usted no está acompañando el paso. 
- Perdone capitán, estaba en un duelo. 
- ¿Qué duelo? 
- Entre usted y mi marido. 
- « Madame, ya adivinó que soy un hombre anticuado, para mí nada más apropiado que un bolero termine en duelo » ¡Qué tonteras dice uno para seducirlas! todo sea por esos senos que estoy apretando contra mis medallas.
Capitán, no se me había ocurrido que usted también pelea por otros poderes menos altruistas. Pero cuando obtienen el poder de poseer, pierden el gusto por la propiedad. No me va a decir que no sabe que ustedes los hombres se enredan cada vez que hacen el intento. Y créame capitán, el tiro les salió por la culata, los deseos, de ustedes y los nuestros, fueron relegados por leyes y rezos. 
- ¿Usted decía madame?
- Nada mi héroe, yo también soy una mujer anticuada. Pero no se le vaya a ocurrir matar a mi marido. Desvíe el disparo capitán. 
- « Nunca pensé. Y... ¡glubz! » 
-  ¡Ah, no, Capitán! usted se tragó la perla de mi aro... ¡íbamos tan bien!



Alejandra Arenas



domingo, 30 de diciembre de 2012

Feliz Año 2013


  A mis lectores les deseo un Feliz Año  2013

Les agradezco el estímulo recibido para continuar escribiendo, tanto a los que han participado en los comentarios del blog como a los desconocidos que me han leído desde países lejanos.

Abrazos cordiales

Alejandra Arenas  

To my readers, I wish a Happy New Year 2013

I appreciate the encouragement to continue writing, received from those who are  involved in the blog comments as well as readers from all over the world.

Best regards

Alejandra Arenas


domingo, 25 de noviembre de 2012

El Reloj del Fin del Mundo II




- Linda ¿Te cuento? Esteban viene de Brasilia al asado. El informe de la meteorología dice que este sábado estará lindo, con un sol radiante. Lo haremos en el patio. ¿Qué te parece? La aroeira nos dará sombra suficiente, será delicioso.
- Pero yo creía que él no podía, Bueli, me dijo que tenía prueba.
- Creo que eché a perder una sorpresa. Cosas de vieja – vas a tener que hacerte la sorprendida cuando Esteban llegue.
Dile a tus viejos y a tus tíos que traigan jugos de fruta y un buen vino, de mi tierra, para conmemorar. Yo prefiero los del valle central. Son las viñas cercanas a Santiago.
- Bueli, si yo te traigo un vino francés ¿Qué me dices? 
- No Linda, los chilenos son mejores.
- Va a estar toda la familia reunida de nuevo - ¡Últimamente cuesta tanto! - Vamos a aprovechar de festejar todo junto. El comienzo del tercer año de física nuclear de Esteban y tu entrada a la U. São Paulo a estudiar bioquímica. Con esas dos especialidades espero que me salven el mundo.
                                                _____

- ¡Aló! ¿Bueli? Soy yo, Linda. ¡Tebi llegó de madrugada!
- Vengan a tomar el desayuno conmigo, Linda. Da tiempo de conversar, tengo listo el acompañamiento para el asado.

- Bueli ¿Te acuerdas de los científicos del reloj del fin del mundo? – me dijo mi nieta con una sonrisa maliciosa – Fíjate que están creando comisiones en todos los continentes.
- ¡Qué interesante, Linda! – es una idea tan simple.  ¿No les parece?
- Lo peor Bueli, es que la cosa no es tan simple. Hay otras razones que pueden ser peores para afectar al mundo. Los terroristas son más factibles de cometer un desliz que un gobierno.
- Es verdad niños, ellos están cada vez más sofisticados para llamar la atención. 
- Una vez que existen las bombas atómicas, no pueden ser desinventadas. Están a disposición de políticos y terroristas – decían mis nietos, cada vez más informados.
- Me acordé del tiempo en que los entretenía con mis historias del reloj del fin del mundo y ellos eran una platea inocente.
- Creo que perdimos la noción de civilización, mis niños – Ahora somos bárbaros con tecnología.
- Así es Bueli – dijo Esteban – Los desastres también pueden ser causados por alguien incompetente. Como el botón errado apretado por un técnico de Chernobyl, el que provocó el accidente en 1986.
- Quiere decir que la vida en la tierra está en la punta del dedo de pocas personas – concluyó Linda.
- Basta que hagan alguna tontera – completó Esteban.
- Abuela,  - Tebi dice que viene uno de los científicos nucleares a la Universidad de Brasilia.
- ¿Cuál de ellos? ¿A qué viene? – las preguntas fueron brotando sin control.
- El que emite el boletín del reloj. Viene a dar una conferencia. ¿Vamos?
- ¡No te puedo creer! ¿Y en qué auto vamos?
- ¿Te acuerdas del auto que mi papá compró cuando yo tenía como seis años?
- Pero ese auto está muy viejo, Linda – ¡No llegaremos ni a la mitad del camino!
- Bueli no seas fresca, yo se lo pedí a mi papá y lo mandé a actualizar completo, no emite ruidos. ¿Sabías que está en la moda recuperar autos antiguos? – Está precioso, es una joya – argumentaba mi nieta, ante mi cara de asombro – Y tiene más fierro que los autos de hoy, que son un montón de plástico – agregaba.
- No sé Linda – Me estoy sintiendo como Cristobal Colón – Tu auto es una carabela ¡Qué aventura!
- No reclames abuela – A ti siempre te gustaron las aventuras.
                                                 _____

- Bueli, el conferencista te mira mucho.
- Debe creer que soy una científica.
- Pero si aquí, a excepción de nosotras, todos lo son. Hay algo raro ¿Tú lo conoces? – Bueli…Bueli… ¡Tú estás muy distraída!
Mientras Jean Gerard hablaba, su voz suave me iba distanciando hacia otros momentos, a aquel día de nuestro encuentro en la conferencia Los riesgos atómicos del punto de vista político, en la Universidad de Chicago. Entonces éramos un par de jóvenes soñadores. Su voz cálida hablándome, hasta altas horas de la noche, sobre la corrida atómica desenfrenada. Su seguridad, su objetividad con el camino de vida escogido ¡Qué noche! Ávidos de conocimiento, apasionados por la vida ¡Tan jóvenes y con compromiso emocional! Su novia en Los Ángeles, mi novio en Santiago. El impacto del encuentro no nos dio tregua. 
Ahora está frente a mí, provocándome la misma cadena de perturbaciones del pasado. ¡Cómo es posible que lo haya escondido, a llaves, en el baúl de mi inconsciente!
- ¡Qué cosa, Bueli este hombre viene hacia ti!
                                                  _____

- ¡Amanda! ¡Qué insólito encontrarte en Brasilia!
- Jean ¿Cómo estás?
- ¿Ustedes se conocen? – preguntaba Esteban.
- Este es Esteban López, Amanda, el coordinador del encuentro.
- Él es mi nieto, Jean.
- ¡Ah!, veo que estamos en familia – me respondía. 
- Lo único que yo veía era una nube que nos envolvía.
- Te presento a Linda, mi nieta.
- ¡Qué bien! ¿Qué haces Linda?
- Estudio bioquímica.
- Era la profesión que tu abuela debía haber estudiado.

Yo no sabía qué decir, cómo comportarme. Me había tragado la lengua. Al mismo tiempo deseaba decirle tantas cosas. Que aquel día que él me pidió no volver a Santiago, finalmente no lo hice. No embarqué. Que lo busqué por todos los lugares donde estuvimos juntos y no lo encontré. Volví, derrotada, días después a mi país. Que él tenía razón, debíamos haber abandonado todo para quedarnos juntos. Que lo que estaba sintiendo ahora nunca lo había sentido antes.
Cada cosa que pensaba comentar, me parecía sin sentido. Por fin me escuché preguntarle - ¿Cómo está tu vida? – veo que haces exactamente lo que habías planeado.
- Bien, estoy envejeciendo en esta actividad. Pero estoy bien. También tengo nietos. Ninguno ha querido seguir mi camino – Ya veo que los tuyos sí. 
- Son influencias de la abuela – escuché a Linda comentar.

Esteban nos propuso ir a un lugar más tranquilo para conversar. Pero Jean tenía que volver, cuanto antes, al aeropuerto. Nos propusimos acompañarle.
En el medio del ruido habitual del lugar, intentábamos terminar de comentar las informaciones que faltaban de nuestras vidas. Pero más que el ruido, nuestros sentimientos desencontrados no nos dejaban hilvanar el orden natural de los acontecimientos. Nuestras miradas lo decían todo, él estaba sintiendo lo mismo que yo. Al estilo de un currículo nos contó que su esposa lo esperaba en Chicago y sus hijas le habían dado dos nietos cada una. 
¿Y yo? – Mi lengua me prohibió emitir cualquier declaración de amor atrasada. Una extravagancia para el momento. Y, como era de nuestro destino, en un aeropuerto y delante de la mirada atónita de mis nietos, me despedí como una lady del hombre, que yo no sabía, que era el gran amor de mi vida.


                                

                                                  El Reloj del Fin del Mundo III


          Al llegar a Sacomâ se detienen. Las vías elevadas estaban congestionadas por un tráfico fuera de hora y de día. El domingo ha amanecido plácido con un sol matinal suave, no hay necesidad de conectar el aire acondicionado del auto.
        Linda y Esteban vienen a buscarme. Habían cambiado el plan del almuerzo familiar.
- La abuela lo va a encontrar extraño – dijo Linda. 
- No tenemos muchas alternativas, llegando allá le explicamos – le respondió Esteban – Hay que prevenir. Los Iranianos no están jugando – agregó preocupado.

         En el techo de los autos se licuaban las nubes blancas como motas de algodón. Una brisa amable hacía agradable la permanencia en la fila de autos que se perfilaban al inicio de la Vía Anchieta. 
         Yo me pregunto por qué mis hijos han decidido viajar a la chacra repentinamente y solo mis nietos vienen a casa. ¿Para qué tan lejos? Si el interior del sur está tan distante de São Paulo. ¿Cómo van a volver a tiempo de trabajar mañana lunes?
          Me siento cansada,  está todo muy quieto en el vecindario, no escucho a nadie en la calle. No sé por qué estoy poniendo tanta atención a mi respiración. Me recuerdo que así pasó con tía Mery, años atrás. Le faltaba el  aire al respirar. Ella tenía ochenta y seis años en la época. Pero claro, dos menos que yo ¿Qué más puedo esperar? La máquina no es la misma.
- Mira Tebi nos estamos acercando a un taco, parece día de semana a la hora de la salida del trabajo – observó Linda.
- No somos los únicos que están queriendo prevenir – le dice Esteban.

         El semblante de los conductores no era dominguero, cada uno aplicaba gestos automáticos al manejar. Absortos en una mirada inalcanzable.
- Tienes razón Tebi, como me gustaría que estuviéramos a camino de la casa de la abuela como siempre ha sido, a comer el asado del fin de semana.

         El atochamiento no se dejaba esperar, el avance de los autos era en cámara lenta, la disminución de la velocidad comenzó a mermar los ánimos. Tanto tiempo sin ruidos en la calle, estábamos acostumbrados a las nuevas normas del tránsito, ahora ensordecían los gritos descontrolados y  bocinazos.
- Linda, asume el volante, voy a pie a averiguar por qué estamos parados. 
- Debe haber un accidente – alcanzó a responder, pero ni ella misma se convence. 
         Algo nos detiene, no estamos queriendo ponerle nombre a los acontecimientos – pensaba. No creemos en lo que estamos viendo.
- No podemos continuar – volvió diciendo Esteban. La Vía Anchieta está repleta, con las cuatro pistas, que van a São Bernardo do Campo, ocupadas.
- Pero ¿Cómo lo haremos, Tebi? ¿Y la abuela?
- Linda, hay autos abandonados y otros parados con gente incapaz de seguir adelante. Están enfermos y no saben de qué. Tenemos que dejar el auto.

         Yo intento tranquilizarme, tecleo nerviosa el control remoto. Pero ¿Qué hago con él si no estoy viendo tele? Insisto en apretar las teclas una y otra vez sin sosiego, voy de la sala a la cocina  y de la cocina a la sala. Mis nietos llegarán a buscarme de un momento a otro para llevarme a pasear, me entretendré con ellos, se me pasará la falta de aire y por la noche dormiré tranquila.
          Mientras llegan decido prender la tele. Me pregunto - Para qué si los canales insisten en mostrar una guerra que no es  nuestra. Los Iranianos amenazan a Estados Unidos con bacterias o virus letales indefinidos hasta el momento. Las imágenes de la tele, para mi espanto,  muestran las salidas de São Paulo llenas de gente queriendo ir o venir a destinos escogidos como seguros. Hay enfermos en la autopista. Parece epidemia. Pienso en Linda y Esteban a camino de São Bernardo. Quiere decir entonces   que mis hijos no se fueron en auto ¡Se fueron en avión! ¡La cosa es más grave! 
- ¿Y si pedimos a la abuela que se acerque a nosotros? – pregunta Esteban en voz alta como para escucharse.
- La abuela no está en condiciones de salir a este caos, Tebi.
- No sé, los minutos son oro en este momento. No sabemos el poder de contagio. ¿Es bacteria o es virus? Tú sabes, mejor que yo, que algunas armas biológicas destruyen todo lo que es orgánico.

          Por primera vez Linda ve a Esteban desconcertado, él siempre fue tan seguro, tan certero en sus decisiones.
- La abuela no puede caminar mucho ni menos correr, Tebi.
- Linda, si hay enfermos en las calles quiere decir que ese virus o bacteria o lo que sea está hace algún tiempo entre nosotros. ¿Y si fuera verdad la noticia de que han enviado aves contaminadas desde el Oriente Medio? - Tú sabes que los pájaros que llegan a Estados Unidos bajan a la primavera latinoamericana huyendo del frío.
- Tebi, está tocando el teléfono.
- Es la abuela – Hola abuela ¿Cómo estás? Estamos yendo, ya llegaremos a tu casa.
- No, mi Chanchito, ya lo sé todo, vi la Vía Anchieta por la tele. ¿Dónde están?
- Al comienzo, abuela, en el complejo universitario.
- Mis niños, están más cerca del aeropuerto que de mi casa. Váyanse, viajen al sur. Yo estoy bien.
- Abuela, te vamos a buscar para juntarnos a los viejos.
- No, mis niños, yo sería un estorbo. No se puede transitar por ninguna carretera. Están todas las vías de acceso ocupadas. Hay que continuar a pie. Les amo, mis regalones, y a mis hijos también. Nos vemos a la vuelta. Están prohibidos de venir, no les abriré la puerta.

         Corto la llamada antes de la llegada de las lágrimas. Lloro un llanto tranquilo. Ellos llegarán más rápido sin mí. Se juntarán a sus papás. Mis amores todos a salvo me devuelve una fortaleza olvidada.  Me acuerdo de Vanessa Redgrave en un film donde espera la inundación, que acabará con la ciudad, en su departamento y se arregla, se pinta y abre una botella de champán. Creo que haré lo mismo. Me pongo el vestido verde que tiene un escote considerable – Estoy vieja para escotes – me digo.  ¡Qué va! Siempre me vi linda de escote. Me miro al espejo y decido hacerme la sombra oscura sobre los párpados, viene la imagen de la fiesta de mi graduación de la universidad. Marzo de 1971. Corro hasta la sala  y busco una botella de vino de la gran reserva Casa del Bosque. La tengo guardada desde el 2012 cuando almorcé en la viña en Casablanca. Abro las puertas de vidrio de la salida al balcón y llevo una copa. 
         Toca el timbre, me asomo por la ventana. 
         Allí en el portón Linda y Esteban esperan que abra la puerta, salgo corriendo a abrazarlos mientras se oscurece la mañana. 
         Una nube negra de pájaros cubre la ciudad.

                                      
                                            
                                                Epílogo.


         Linda despierta al atardecer. Se mira al espejo, comprueba una vez más, que las espinillas en su cuerpo se multiplican a una velocidad fuera de lo común. Ha perdido el sentido del tiempo. No sabe la cantidad de meses transcurridos desde que Esteban salió de la casa, camino al hospital, con su abuela muy debilitada. 
- Tranca las puertas – le dijo – Nunca más volvió.
          Mientras mira el matorral dominando el jardín vertical de su abuela, piensa dónde estará Tebi y su abuela. ¿Vivirán?
         Está segura que Esteban está en algún lugar protegiéndose del contagio. Algún día aparecerá en el portón - ¿Será que me va a reconocer? – se pregunta.
         A lo lejos se ven los grandes Platos Futuristas ¡Cómo eran lindos! Ahora son edificios abandonados, invadidos por la vegetación resecada. Destituidos de vida. 
         Pero aún hay vida. Los pájaros cantan, quiere decir que no están contaminados. Se escuchan muy claros sin el rumor de la gente en las calles. ¿Ellos se darán cuenta de la ausencia de ruidos en la ciudad?
         Por lo menos nuestros viejos están a salvo – piensa - Cuesta más para que este tipo de contagio llegue a los pueblos distanciados de la gran ciudad. La esperanza la reanima.
En sus anotaciones lleva las cuentas de las aves que han  aparecido alrededor de la casa. Las especies que han revoloteado los árboles del patio son inmunes. 
Ella también. 
Sus constantes infecciones a la piel, de esta vez, le son útiles. Le salvan la vida ¿A qué costo? – se pregunta.
         A lo lejos aparecen algunos buitres, es primera vez que los ve. No es una buena señal…

                                                                     


jueves, 8 de marzo de 2012

El reloj del fin del mundo


¿Qué estás leyendo abuela? – Una noticia que parece  película de terror, respondí descuidada. 
¿Por qué? – interrogaron, al mismo tiempo, mis nietos. Esteban, inquieto, como su padre, paró, inmediatamente, de correr.
Hace mucho tiempo un grupo de científicos inventó un reloj que marca la aproximación hacia el fin del mundo.
¿Cómo así abuela? – Se acomodaron en los cojines de la sala. A Esteban le sobraban piernas para doblarlas y le faltaban cojines. Muy alto para su edad, cerca de completar los ocho años. De mirada vivaz, se veía atento a no dejar escapar detalles de la narración. Linda, menudita en sus seis años, glamurosa, se sentó con delicadeza, puso en orden su falda llena de vuelos. ¿Ese reloj es igual al que tienes en la cocina? – preguntó con todo el dominio de su inocencia.
No – les respondí, casi arrepentida de haber iniciado esta historia – ese reloj puede retroceder.
¡Ah no, abuela! – estás inventando, los relojes no retroceden – respondió Esteban. Porque el tiempo no retrocede.
Esteban, no interrumpas a la abuela – intervino Linda, yo quiero escuchar el cuento.
Pero la abuela comenzó mal – se defendió Esteban – yo tengo unos amigos que me están esperando, en internet, para jugar juntos.
Bueno, bueno – les explico mejor – El reloj es simbólico. Su puntero se mueve cada vez que hay un acontecimiento que amenaza acercarnos al fin del mundo.
Si hay una catástrofe y nos morimos todos, el reloj no nos va a servir de nada – argumentó Esteban, sin darme tregua. El susto se me enredó con las ganas de retroceder. Una simple frase de preocupación de los niños había estremecido mi seguridad sobre toda la conversación. Tienes razón –  respondí con ternura.  Ojalá que nunca haya una catástrofe que acabe con todos nosotros de un tirón ¿Verdad? – continué, pero el tsunami que ocurrió en Japón, el año pasado, fue feroz con los japoneses y además dañó la central nuclear de Fukushima ¿Se acuerdan?
¿Y cómo sabe el reloj lo que pasó en Japón? – Indagó Linda – con un brillo de inteligencia en sus ojos claros. ¿Tú sabes dónde está el reloj abuela? – agregó Esteban.
El interés de mis nietos me hacía sentir más responsable por haber iniciado este cuento, no conseguía hilvanarlo de un modo de no afectarlos. Estaba relatando la realidad.
Mis niños lindos. Eso yo lo sé. El reloj está en Estados Unidos y quien mueve su puntero son los científicos que lo crearon.
Yo voy a ser científica – exclamó Linda con entusiasmo. Apuesto que quieres serlo para jugar con el reloj – le dijo Esteban.
Niños ¿Ustedes sabían que dieciocho de ellos han recibido premio nobel?
¡Ah! Abuela, si saben tanto ¿Por qué no solucionan los problemas, rápidamente, antes que el mundo se acabe? A Esteban no se le escapaba ni un detalle de la conversación y la desmenuzaba con una rapidez devoradora para entenderla mejor.
Porque existe un concepto que se llama democracia, eso significa que todos los países tenemos libertad para hacer lo que creamos conveniente para nosotros. Así fuimos inventando cosas buenas y otras malas. Las guerras fueron las que trajeron los peores inventos. Las armas nucleares. Ahora ya tenemos tantas que se transformaron en un peligro para la humanidad. Los científicos no pueden intervenir en las decisiones de los gobiernos.
Entonces el reloj del fin del mundo no es útil – afirmó Esteban, indignado. Y la inteligencia de los científicos tampoco – completó.
En vista de que la famosa democracia se nos escapó por entre los dedos, ellos inventaron el reloj para alertarnos. Se reúnen todos los años.
¿Y qué hacen en la reunión, abuelita? – preguntó Linda - ¿Ellos toman tecito como tú? Sí, toman un montón de tecito, mientras analizan los acontecimientos naturales como el tsunami, la radiación y el desarme en todos los países.
¿Y el calentamiento global, abuela? – dijo Esteban - ¿Dónde has escuchado eso chanchito? – En la internet abuela - ¿Tú no?
También – amorcito – también estudian los índices de los cambios climáticos y de cómo encontrar fuentes de energía más seguras para el planeta. Enseguida llegan a la conclusión de las condiciones en que estamos. Y emiten un boletín. Si hemos empeorado ellos mueven el puntero un minuto, avanzando hacia el final o retrocediendo el puntero si hemos mejorado nuestra situación mundial.
Abuela ¿Tú crees que el mundo se va a acabar? – preguntó Linda – dejándome en apuros.
Yo creo que no.
¿Por qué? – dijo Esteban.
Yo pienso que hay una inteligencia superior que nos ayudará a salir de este lío en que nos hemos metido.
Yo sé, la abuela está hablando de un super-hombre – afirmó Esteban.
No – les respondí con cariño – hay una inteligencia en cada uno de nosotros y si  sumamos la inteligencia de toda la humanidad creo que podemos encontrar muchas soluciones.
¿Cómo vamos a sumar la inteligencia de nosotros con la de los rusos? – preguntó Esteban. Es verdad, hay que dar una vuelta al globo terrestre para ver Rusia – argumentó Linda.
¿Quién te enseñó eso? – le pregunté para ganar tiempo – mis explicaciones no estaban funcionando.
El papá nos compró un globo grande abuela, allí cabemos todos.
Bueno, ustedes conocen mejor que yo internet ¿Verdad? – Verdad, respondieron de inmediato. Ahí está nuestro vehículo para entrar en contacto con las personas de otros países. Podemos crear un Comité de Defensa del Mundo. ¿Qué les parece? – Así podemos cooperar para que el puntero retroceda.
¿Ustedes sabían que hay una propuestas llamada “Cero global”? Un mundo sin armas nucleares.
Buena idea abuela, podemos invitar a los científicos que inventaron el reloj. Abuelita – continuó Linda – tú dijiste una vez que para manifestarse se necesitaba una bandera. ¿Vamos a hacer una?
Bien, les respondí entusiasmada con el rumbo que había tomado nuestra conversa. ¿De qué color va a ser esa bandera? – pregunté. Verde como Brasil – me respondieron.
Sin darnos cuenta se nos había oscurecido la sala, una brisa agradable movía las palmeras del patio y las campanitas que colgué en el balcón. Su titilar me recordó que las instalé cuando mis hijos me avisaron el nacimiento de cada uno de mis nietos.
Nuestra conversa terminó bien, imaginé.
Abuela – voy a buscar mi muñeca, quiero explicarle que no debe tener hijos porque el mundo se puede acabar – nos anunció Linda. Se me puso un nudo en la garganta.
No seas tonta – le dijo Esteban – las muñecas no pueden tener hijos. No lo soy – respondió Linda – la abuela dice que todos pertenecemos a una inteligencia superior.
Me dejé caer en el sofá. Menos mal que no les conté que este mes los científicos decidieron avanzar un minuto hacia el fin del mundo, pensé. En el portón se escuchó una bocina – mi papá llegó a buscarme – avisó Esteban. El mío también – dijo Linda. ¿Vienen juntos? – pregunté. No abuela, no has reconocido la bocina porque el papá está de auto nuevo.


Nota: Las personas que han leído esta historia y no me conocen y otras que conocen mi vida y a mis hijos, han coincidido en un pedido especial. Aquí va la respuesta:

Aún no tengo nietos, los evoco con alegría. Esta es la parte fantasía de esta narración. Pero infelizmente el reloj del fin del mundo es realidad y fue creado en 1947 por científicos nucleares, con la finalidad de controlar la corrida atómica. Mi deseo es que cuando mis nietos lleguen, este reloj haya alcanzado el objetivo de tantas personas que están trabajando por la iniciativa “Cero global”. Esta historia retrata las incógnitas del ciudadano común y contiene una crítica a los medios de comunicación que nos mantienen aislados de este tipo de noticias para la que disponen un cuarto de página de algunos periódicos, los menos, y segundos de un noticiario de radio. Falta que acaba de cometer, una vez más, la prensa en este mes de Marzo. El reloj ha avanzado un minuto hacia la medianoche, hora que representa el fin del mundo. Situándonos a cinco minutos del apocalipsis.